miércoles, abril 28

Autobiografía

No recuerdo cual fue el primer libro que leí, probablemente haya sido uno de esos con juguetitos de goma que chillan y que hablan de animales que meriendan y van al colegio. Tal vez esos libros no cuentan y lo que tengo que recordar es mi primer libro serio, adulto, literatura digamos. Tampoco me acuerdo.

Lo que sí recuerdo es el primer libro que escribí. Estaba en segundo grado y un día aparecí en la escuela con mi creación (ocho páginas ilustradas a color y abrochadas) sobre una ardilla y cuanto le costó conseguir una bellota. No sé de donde saqué la palabra bellota ni cuando vi una ardilla, pero ese fue mi primer libro.

Me gustaría poder decir que desde ese momento no dejé de escribir hasta el día de hoy, que la escritura fue mi vocación desde mi más tierna y temprana edad, pero no puedo. Yo sólo quería leer, y eso hice. Consumí novelas como si no hubiese mañana, convencida de que la poesía y su rima eran una bola de cursilerías que no merecían mi tiempo.

Oliverio Girondo me hizo ver la luz. “Un enorme espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía dentro”. Eso sí que lo recuerdo bien, la imagen del espejo en ese manual de séptimo grado, la avidez con la que busqué más poemas de Girondo, la felicidad que sentí al encontrarme equivocada sobre la poesía.

Dicen que de tanto escupir al cielo a uno le cae en el ojo. (Escribir esa frase para abrir el párrafo que le sigue al que dediqué a Oliverio puede parecerle un sacrilegio a algunos, yo creo que él lo hubiera apreciado) Tanto despotriqué contra la poesía que se volvió una de mis más grandes pasiones, tanto dije que quería escribir novelas que no puedo escribir más de mil palabras seguidas.

Tanto renegué de la tradición docente de mi familia que hoy me dedico a la enseñanza –de un idioma extranjero en lugar de la lengua castellana, pero aún así tengo alumnos, aún así continúo existiendo en aulas-. A mí me cayó en el ojo.

De lo que nunca renegué es del pasado periodístico de mi familia. Para ser sincera, debe ser porque nunca supe mucho de él hasta que dije que sí, que esto del periodismo era lo que me gustaba. Fui desempolvando la historia de unas cuantas generaciones anteriores para encontrar parvas de mujeres maestras y hombres periodistas, hasta aquel tío lejano que fue maestro. Entonces el eslabón perdido, la mujer periodista, debía ser yo. ¡Providencial!

Mientras buscaba las cartas y poesías de mi abuelo me crucé con un señor libro. De esos que ya no hacen, de tapa dura forrada en tela azul y cosido a mano. Lo abrí y lo primero que noté fue que aunque sus páginas no estaban amarillas, destilaba olor a humedad, olor a palabras, olor a señor libro.

Tal vez si hubiera sido un libro de tejido o un recetario lo amaría igual, porque esa tapa tiene un porte importante. No puedo saberlo porque cuando lo leí me encontré con Julio. Desde las instrucciones hasta El Perseguidor saboreé cada palabra, cada frase, incluso las que no comprendía. Sobre todo las que no comprendía.

Algunos me ven con el libro y piensan que es una Biblia y en cierta forma lo es. Es la palabra del señor, del señor Cortázar.

No hay comentarios.: